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Confío en Sí

Hola amigos: Aquí les presento un pequeño testimonio de vida que escribí
titulado "Confío que Sí" de Luis Hernández Patiño

Confío que Sí

Salir de mi casa tiene un amplio significado, porque en principio me invita a pensar en el lugar al que voy. "¿Será un edificio?", me pregunto. "¿Y estará frente a un parque?". Pero, cuando voy por las calles, hay muchas otras interrogantes que también me hago, y que son de diferentes tipos. Abarcan una gran variedad de temas, y obedecen a mi necesidad, así como a mis inmensas ansias por encontrar las una y mil respuestas que a mis cincuenta y dos años sigo buscándole a la vida.

Cuando niño, lógicamente mis cuestionamientos eran otros. Quería saber de qué sabor eran las puertas de los garajes, y por increíble que parezca, a veces le pasaba la lengua a la madera, para tratar de averiguarlo por mi mismo. De otra parte, y aunque hasta ahora me sucede, entonces me daba una gran curiosidad por enterarme qué sonaba así o asá en la calle, quién pasaba por mi lado tosiendo, silbando, hablando con alguien más. Definitivamente, todo ello tenía un carácter de origen auditivo. No se me hubiera ocurrido indagar por asuntos de corte visual, como el de las facciones de las caras, o el de la forma de los árboles que pasaban por mi lado, dándome aire, agitando sus hojas, como diciéndome: "Aquí estamos". ¿Por qué? Porque detalles como aquellos, no existían para mí, ni siquiera como una inquietud de tipo cerebral.

La ceguera me impondría la condición de tener que crecer preguntando, oyendo, tocando y oliendo. De ese modo he tenido que ir descubriendo qué había en el entorno de cada una de las etapas de mi vida, y de hecho que no me ha sido fácil. ¿Cómo así? Bueno, al respecto, me gustaría dar un breve ejemplo que podría parecer algo simplemente anecdótico:
Cuando joven, no siempre podía tocar a las chicas, cuyas voces llamaban mi atención. Quería informarme acerca de ellas, pero no tenía quién me pueda responder. Claro que a veces me di el gusto de acariciarlas, pero me las tuve que ingeniar para hacerlo, valiéndome de medios y recursos que fui encontrando por el camino.
Con el paso de los años, el carácter de mis inquietudes e interrogantes han ido cambiando. Hoy, puedo decir que he encontrado respuesta a varias de ellas, y que incluso me he podido dar algunas satisfacciones, como hombre, esposo y padre. A propósito, no tengo palabras, no me alcanza el verbo para agradecerle a la mujer que ha venido a llenar los días y las noches de mi vida, ni me resulta fácil poder expresar todo lo que siento por mi hijo.
Parece que hubiese ocurrido hace tan solo unos días, o unas horas, pero su nacimiento se produjo en 1990, casi veinte años atrás. Hoy es todo un joven, y si bien me hace sentir que ya estoy comenzando a envejecer, también me contagia sus ímpetus. Con su energía, renueva mis ganas de vivir, y me trae ecos de lo que fue mi juventud.
En mis años mozos, la guitarra era mi compañera, y algo bien curioso: tocaba canciones que hoy mi hijo ejecuta, en la banda en que participa como primer guitarrista.
Pero, la vida sigue su marcha, y como si fuese una ley inexorable, debo continuar preguntando, oyendo, tocando, oliendo, porque aún me quedan respuestas por encontrar. Sí, la vida continúa como el soplo de un viento que me saca de mi casa, que me lleva por jirones, calles y avenidas, y que en más de una ocasión me ha elevado como a un cometa, trasladándome a lugares donde soñaba con poder cumplir mis expectativas.
En mi adolescencia, tenía la idea de viajar. Deseaba irme a algún país donde hubiese condiciones favorables para quienes tenemos alguna limitación, discapacidad, impedimento, ¡o como se le quiera llamar! Me imaginaba que estando allá la cosa se me haría más fácil, que me integraría a la sociedad, y que podría realizarme como persona humana. Estaba totalmente convencido que acá no iba a poder hacer nada, que me tendría que resignar a oír a los demás hablando de sus éxitos, de sus logros, lamentándome por no poder ser parte de ellos, por tener que permanecer como un simple escuchador, desde un costado del camino.
Pasaban los años, pero no me era posible viajar. Había aprendido el idioma inglés en el Instituto Cultural Peruano Norteamericano, y me había preparado lo más que podía, pero no contaba con ese requisito indispensable llamado dinero. Sin embargo, no perdía las esperanzas. No dejaba de soñar; no me rendía, y mentalmente ya estaba de viaje. En mis fantasías, todos mis proyectos se hacían realidad.
Ingresé a la universidad, y terminé mis estudios en 1982. Obtuve mi título profesional en 1988, y aún hoy, recuerdo la alegría que experimenté, cuando sustenté mi tesis de grado. Esa mañana me sentí feliz, primero, porque podía palpar la culminación de toda una etapa de esfuerzos como estudiante, y segundo, porque abrigaba la ilusión de contribuir a la tan anhelada inclusión de la persona con discapacidad a la sociedad.
Debió transcurrir un buen tiempo, y tuvieron que irse varios años de mi vida como se van las hojas de los árboles, cuando se caen y el viento del otoño se las lleva, y recién pude viajar. Ya lo había hecho de niño, pues me llevaron a Huston para que me operen de la vista. Pero, entonces la cosa era distinta, porque me acompañaba mi madre, y en cambio, en esta ocasión me iría solo, confiando que me abriría campo, que vería cristalizados mis más caros anhelos y que encontraría el lado sonriente de la cara de la vida.
Sin embargo, y por esas cosas que tiene el destino, regresé. Acá estoy, y sin perder ni las fuerzas ni las esperanzas sigo luchando, con todas mis energías y todos los recursos y talentos que gracias a Dios tengo. Sé que la cosa en ninguna parte es fácil; en mi caso, por mi edad, y también, por la falta de conocimiento que tienen los miembros de la sociedad acerca de lo que una persona discapacitada puede hacer. Pero. ahí le sigo dando.
En el terreno profesional, como sociólogo, ¡cuánto no he buscado! Cuántas puertas no he tocado, y cuántas llamadas telefónicas no habré efectuado. Ya no me acuerdo de las innumerables veces en las que me han hecho ir y esperar por gusto, luego de haberme ilusionado. Pero, no estoy dispuesto a dar mi brazo a torcer; no admito la idea de rendirme, y pese a todo ello, sigo tocando y llamando.
Hay gente que me da palmaditas en el hombro, diciéndome:"Caramba, te felicito por tan brillante exposición". "Eres un extraordinario profesional". "Será un honor trabajar contigo". Pero, a la hora de los loros, y después de tanto bla, bla, bla, no me dan la oportunidad que busco.
¿Debería entonces tirar la toalla? ¿Debería rendirme? ¿Debería sentirme frustrado? No; definitivamente: No, porque siento que aún tengo qué ofrecer, qué darle a los demás. Por ejemplo, cómo me gustaría conducir un programa de radio, igual o parecido al que alguna vez realicé, y en el que me sentía contento, compartiendo mis conocimientos, conversando con los oyentes que me daban sus opiniones, acerca de diversos temas.
Una de las cosas que me reconforta y me alegra, es el haberme encontrado con la música. La descubrí en mi infancia, mientras jugaba con las teclas del viejo piano que estaba en la sala de la casa de mi abuela. Siempre me había acompañado como un motivo de entretenimiento, pero al cabo de los años se convertiría en mi aliada, y para decirlo en palabras bien simples, en mi fuente de ingresos. Cuando no me quedaba otra alternativa, luego de perder mi empleo en una central telefónica, la música me dijo: Presente, "Cuenta conmigo".
El camino de la vida está lleno de obstáculos e inconvenientes, pero en él no falta un Dios viviente que me acompaña. Asimismo, tengo la dicha de poder contar con gente que me alienta, como en el caso de mi familia, que siempre está conmigo, al igual que mis buenos amigos. La presencia de quienes me quieren alimenta mis ganas de seguir, mis deseos de orientar a la gente, y me plantea el reto de no aflojar en mi intento por alcanzar mis metas.
Quiero creer que llegará el momento en que una puerta se me abrirá, que se me dará la oportunidad que tanto busco, que podré sentir la satisfacción de no haber luchado en vano, esforzándome por alcanzar mis ideales, como lo he venido haciendo. En lo más íntimo de mi ser, conservo una gran ilusión -la de alcanzar la inclusión- y espero verla algún día convertida en realidad.
Al escribir estas líneas, pienso en aquellas personas sensibles que sí existen, y que sí tienen la predisposición para entender situaciones como la mía, y entonces, mis ánimos se renuevan. Siento más y mayores deseos de continuar en mi búsqueda, hasta encontrar lo que me propongo, antes que el último tren parta, dejándome varado en el andén con mi equipaje lleno de inquietudes, proyectos, ideas y sobre todo ganas de vivir.
He conocido a seres humanos comprensivos, tolerantes, deseosos de ayudarme y darme su tiempo, su afecto y amistad. Cuando les pedí que me enseñen a pescar, me hicieron el favor de no ofrecerme el pescado ya frito, y con ello me brindaron más de una lección de vida que siempre agradeceré.
¿Estarás tú entre ellos?
Confío que sí.

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